viernes, 27 de mayo de 2011

Carnívoro Céntrico.

Lo que es el canibalismo del pecado

Como se extravía entre los resagos de placer

Y carcome y come y destruye.

Y negrea y no es soportable.

Lo que es la violencia del pecado

Como se adentra navegando en las entrañas

Y carcome y come y destruye.

Y mata y aniquíla.

Lo que es la crudeza del pecado

Como se clava en el interior y mata por dentro

Y carcome y come y destruye.

Y arrasa y quita la paz.

Y tal es el placer del pecado.

Y tal es la estupidez del pecador.

Parte uno de "El Nóséqué"

Viajé junto a la tierra del mar azul, vi un par de criaturas algo maravilladas por mí y no las entendí, de eso se trataba: de no entender, dentro de la colina estaba esta fantasía arquitectónica -¿Qué era?- “No importa”, pero tenía las escaleras de Herrán*, las que suben hacia abajo y que bajan a ningún lugar; sobre el garaje que era del tamaño de mis dos manos juntas un río se bañaba entre sus propias aguas, no tenía color pero no era negro, más bien había en él mucha luz , como si Mambrú hubiese deseado convertirse en río en vez de ir a la guerra, yo no estaba en ningún lugar, pero la colina me levantaba desde la puerta de entrada de tan sinceramente confusa casa de madera con remaches de.. –¿Qué era?- parecía chocolate pero olía mal… Aunque sabía bien…

En fin, la colima me alzaba hasta que me puso junto a un árbol de luz verde que tenía cerezas y naranjas en la misma rama, y justo a su sombra me vi por fin, yacía él desde la orilla del rio que estaba como a cinco metros hacia abajo, desde ahí el río ya no era como mambrú sino que parecía la reencarnación de Gandhi, ahí encontré a un par de conocidos, pero no eran ellos –Pero si-, eran más bien como los niños perdidos en la tierra del nunca jamás, pero también me conocieron a mí y desde ahí veía cómo más niños y mi papá resbalaban por un camino de greda mojada del otro lado del rio, cómo se les veían por lo menos catorce de sus dientes. Entonces me aventaron -¿O me aventé?- al río blanco y sus entraña, y créanme, cuando entré ya no era ni Mambrú ni Gandhi, era la mismísima alma de Dalí dentro de su propia mente; y me suspendí ahí como por cuatro horas, no sé que tanto me movía pero tenía ojos como de pez, con trescientos sesenta grados de pura nitidez, aunque ya como pasada una hora extrañaba los dos graditos de nitidez del ojo humano, deberían ustedes imaginar cómo resultaría el alma de Dalí dentro de un río, porque a mí me es imposible contarlo con palabras, tendrían que ver mi cara y oler mi voz..

Les confieso, y eso, con total sinceridad, que de eso mismo se trató, que lo que aquí leen –¿o leyeron?- carece de metáforas o parábolas subliminales, es la purita realidad -¿Pero no era un sueño?- y si, lo fue, pero ¿Qué más real que lo que no se ve?..