martes, 20 de septiembre de 2011

Inició como cada una de sus mañanas, con un goce peculiar, siempre distinto pero ya conocido; pensaba, como, siempre, dónde era que sentía, porque tanta euforia no le cabía en un solo corazón.
Se puso de pie y saludó al sol y al viento, le dio buen día a su vida y no pudo evitar maldecir el tiempo, odiaba que el tiempo corriera aun que deseara tanto llegar a viejo, pensaba en la vejez como algo que iba a librarlo de todo el conocimiento que no se podía evadir, que la vejez lo iba a alejar del sentimiento culpable y la idea maligna de una soledad nostálgica y que esta iba a ser otra, una soledad encantadora, le fascinaba esa idea de sentarse en una mecedora, fumar de su pipa y poder imaginar burbujas saliendo de sus ojos y, por supuesto, sonreía constantemente cuando esta imagen estaba junto a él, más cerca que todo el resto del mundo.
Lo persiguió la rutina insistente y él dejó que lo alcanzara, lo habitaba el amor a lo que hacía, a lo que tenía, así que jugaba libremente con la rutina como un pájaro sobre el viendo colorido, y le acomodaba todo perfecto, siempre, estaba feliz, era feliz.
Bajó las escaleras después de estar listo para partir a su destino, las bajó dos o tres veces, siempre olvidaba algo junto a la taza de chocolate del desayuno, buscó las llaves y abrió la puerta sin preámbulos o preparaciones para algo extraordinario, no estaba muy acostumbrado a lo extraordinario, por eso imaginaba tanto.
Luego de dos segundos eternos se vio cayendo, estaba sumido en un abismo infinito rodeado por el interior de la tierra, todo lo escondido, al caer rió, fuer una risa perdurable, tal vez la más larga de toda su vida, fue como reírse bajo el agua.
Caía inminente como una gota de agua desde un universo infinitamente paralelo, con más velocidad que la de la gravedad y caía y caía,  nunca abrió los ojos, si iba a sentir impacto preferiría una sorpresa, le encantaba esa expresión de asombro en los rostros, y le encantaba sentirlo, procuraba que fuese diario y lo convertía cada vez más en una manía, en un hábito, en una maña de esas que hacen de alguien algo perfecto. Eso le revivía a diario todo por dentro, le lustraba el espíritu.
Pero la sorpresa no lo detendría, seguro, no lo detuvo, él siguió cayendo velozmente como un águila voraz hacia su presa inocente, esa idea lo espantaba, prefería pensar que caía como una pluma de colores violetas, ligeramente pesada sobre las olas que subían a la luna, era algo más lírico, procuraba calmar la angustia que le causaba el no llegar, el no impactar, todos queremos llegar alguna vez así sepamos que será doloroso o incluso que procure la muerte, sin embargo el vértigo que sentía era algo asombroso, le afanaba caer por el miedo a la costumbre, se acostumbraría a todo, aun que fuera con un pesar vasto, pero nunca al vértigo, este resumía la vida entera, toda su esencia, y no imaginaba cómo sería la costumbre a la vida -¡Que lamentable!- le daba pavor este hecho, solo pensarlo lo espantaba.

Empezó a ver dentro de sus ojos lo que afuera iba ocurriendo, desesperadamente los abrió y se vio sumergido en la luz profunda de la mañana que había llegado  de entre la oscuridad de la noche, como infiltrada, el despertador seguía sonando.


Inició aquella mañana como ninguna otra, con un gozo peculiar que no había sentido jamás.